“Ningún
aspecto de la tecnología moderna puede ser juzgado neutral a priori”, porque las condiciones de poder, autoridad, libertad y
justicia social están ya impregnadas en las estructuras técnicas de la
sociedad. Así pues, es necesario buscar una adecuada teoría política de la
tecnología. ¿Por dónde empezar?
En
las siguientes entradas trataré de analizar y valorar brevemente los tres momentos
que conducen al desarrollo de “la constitución de un orden sociotécnico”, así
como sus consecuencias y posibles alternativas, siempre en base a lo expuesto
en el capítulo “Tékhné y Politéia” de Langdon Winner, un texto muy oportuno en
una época en que las implicaciones existentes entre tecnología y política son
innegables y, con frecuencia, polémicas.
PRIMER
MOMENTO: LA ALEACIÓN. Una mirada al pasado nos revela, en primera instancia,
tesis interesantes de la mano de filósofos y políticos como Platón, Rousseau o
Jefferson. A todos ellos les une la idea de que “la tékhné sirve de modelo para
la política”. Esta idea no me parece siquiera cuestionable. Se trata de un modelo analógico perfectamente válido.
Así como se pudo extrapolar el método de la política a las ciencias biomédicas
(también en la Grecia antigua, gracias a la labor de Alcmeón de Crotona), no
parece descabellado intentar aplicar el modelo de las labores técnicas al campo
de la política. De hecho me parece una estrategia muy inteligente. Es algo así
como una aleación de dos campos de la acción humana, la técnica y la política,
en un sentido determinado (del primero al segundo) para avanzar en este último.
Se forja así algo así como una espada de la tecnopolítica; un arma poderosa,
sin duda, y difícil de usar correctamente.
SEGUNDO MOMENTO: IR CON CUIDADO. A propósito de la
Revolución Industrial renace un debate clásico: ¿es compatible la prosperidad
material con la virtud cívica? ¿Puede el modo de producción industrial
constituir una amenaza para la forma de ser y el espíritu de un pueblo? De
forma intuitiva, responderé afirmativamente a la primera pregunta. La segunda
pregunta también merece un claro sí por respuesta, al menos
desde un enfoque marxista. El modo de producción de la vida material condiciona
el proceso de la vida social, política y espiritual en general, si bien
(espero) esto no tiene por qué derivar necesariamente en una degradación del
espíritu de un pueblo. El primer “sí” sólo se logrará llevar a la práctica si
en los momentos críticos de su historia, el pueblo en cuestión toma una senda
equilibrada entre la prosperidad material y las virtudes cívicas mencionadas. Esta
senda del equilibrio requiere inteligencia y atención. Metafóricamente, podemos
decir que no conviene pegarse a la pared del desfiladero sin dar un solo paso,
porque esto conduce a un inmovilismo social y cultural quizá poco recomendable,
pero tampoco echar a correr, porque igual caemos colina abajo hacia un
horizonte indeterminado de sucesos incontrolables y desconocidos, lo cual
supone un riesgo muy importante, digno de ser valorado.
TERCER MOMENTO: LA CAÍDA. Con el tiempo, se llegaron a
identificar los resultados de esta mentalidad empresarial con la libertad
misma. La abundancia material parecía poder lograr que todos tuvieran lo
suficiente y alcanzaran la felicidad. Se empezaron a definir las cuestiones
políticas y a gestionar los fines de la democracia desde el punto de vista de
la eficacia, con lo cual se dejaron de tratar como parte de un proceso político
vivo. Aquí es donde reside el error, en mi opinión, más grave de todos. Vemos
que el nuevo modo de producción parece funcionar. Al final del estrecho sendero
se vislumbra el horizonte de la felicidad y la libertad. Esta tentación parece
hacernos olvidar la preocupación por mantener las virtudes cívicas, la forma de
ser/espíritu de nuestro pueblo y de nosotros mismos, etc. El resultado es que
tropezamos y lo más que podemos hacer es dejarnos las uñas en un vano acto
reflejo, intentando frenar la caída (llámese pagar la enorme deuda estatal,
tratar de salvar algún resquicio de la educación pública, de la sanidad…). Eso
sí, nuestra mirada sigue aferrándose al espejismo de la prosperidad material,
de la libertad, de la felicidad, porque quizá nuestra mente no ha racionalizado
aún el hecho de que estamos cayendo hacia lo desconocido.
Gabriel Sánchez
Maestro, de Filosofía Política II, grupo 3.
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