Langdon Winner

viernes, 19 de abril de 2013

LANGDON WINNER. “TÉKHNÉ Y POLITÉIA” (1).


“Ningún aspecto de la tecnología moderna puede ser juzgado neutral a priori”, porque las condiciones de poder, autoridad, libertad y justicia social están ya impregnadas en las estructuras técnicas de la sociedad. Así pues, es necesario buscar una adecuada teoría política de la tecnología. ¿Por dónde empezar?
En las siguientes entradas trataré de analizar y valorar brevemente los tres momentos que conducen al desarrollo de “la constitución de un orden sociotécnico”, así como sus consecuencias y posibles alternativas, siempre en base a lo expuesto en el capítulo “Tékhné y Politéia” de Langdon Winner, un texto muy oportuno en una época en que las implicaciones existentes entre tecnología y política son innegables y, con frecuencia, polémicas.

PRIMER MOMENTO: LA ALEACIÓN. Una mirada al pasado nos revela, en primera instancia, tesis interesantes de la mano de filósofos y políticos como Platón, Rousseau o Jefferson. A todos ellos les une la idea de que “la tékhné sirve de modelo para la política”. Esta idea no me parece siquiera cuestionable. Se trata de un modelo analógico perfectamente válido. Así como se pudo extrapolar el método de la política a las ciencias biomédicas (también en la Grecia antigua, gracias a la labor de Alcmeón de Crotona), no parece descabellado intentar aplicar el modelo de las labores técnicas al campo de la política. De hecho me parece una estrategia muy inteligente. Es algo así como una aleación de dos campos de la acción humana, la técnica y la política, en un sentido determinado (del primero al segundo) para avanzar en este último. Se forja así algo así como una espada de la tecnopolítica; un arma poderosa, sin duda, y difícil de usar correctamente.

SEGUNDO MOMENTO: IR CON CUIDADO. A propósito de la Revolución Industrial renace un debate clásico: ¿es compatible la prosperidad material con la virtud cívica? ¿Puede el modo de producción industrial constituir una amenaza para la forma de ser y el espíritu de un pueblo? De forma intuitiva, responderé afirmativamente a la primera pregunta. La segunda pregunta también merece un claro por respuesta, al menos desde un enfoque marxista. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general, si bien (espero) esto no tiene por qué derivar necesariamente en una degradación del espíritu de un pueblo. El primer “sí” sólo se logrará llevar a la práctica si en los momentos críticos de su historia, el pueblo en cuestión toma una senda equilibrada entre la prosperidad material y las virtudes cívicas mencionadas. Esta senda del equilibrio requiere inteligencia y atención. Metafóricamente, podemos decir que no conviene pegarse a la pared del desfiladero sin dar un solo paso, porque esto conduce a un inmovilismo social y cultural quizá poco recomendable, pero tampoco echar a correr, porque igual caemos colina abajo hacia un horizonte indeterminado de sucesos incontrolables y desconocidos, lo cual supone un riesgo muy importante, digno de ser valorado.

TERCER MOMENTO: LA CAÍDA. Con el tiempo, se llegaron a identificar los resultados de esta mentalidad empresarial con la libertad misma. La abundancia material parecía poder lograr que todos tuvieran lo suficiente y alcanzaran la felicidad. Se empezaron a definir las cuestiones políticas y a gestionar los fines de la democracia desde el punto de vista de la eficacia, con lo cual se dejaron de tratar como parte de un proceso político vivo. Aquí es donde reside el error, en mi opinión, más grave de todos. Vemos que el nuevo modo de producción parece funcionar. Al final del estrecho sendero se vislumbra el horizonte de la felicidad y la libertad. Esta tentación parece hacernos olvidar la preocupación por mantener las virtudes cívicas, la forma de ser/espíritu de nuestro pueblo y de nosotros mismos, etc. El resultado es que tropezamos y lo más que podemos hacer es dejarnos las uñas en un vano acto reflejo, intentando frenar la caída (llámese pagar la enorme deuda estatal, tratar de salvar algún resquicio de la educación pública, de la sanidad…). Eso sí, nuestra mirada sigue aferrándose al espejismo de la prosperidad material, de la libertad, de la felicidad, porque quizá nuestra mente no ha racionalizado aún el hecho de que estamos cayendo hacia lo desconocido.


Gabriel Sánchez Maestro, de Filosofía Política II, grupo 3.


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