En el libro de La ballena y el reactor Langdon Winner nos da ejemplos que demuestran
que cualquier objeto producido por el hombre puede tener consecuencias
políticas, los objetos que produce la técnica no son apolíticos, todo lo
contrario; quiéralo o no el inventor. Cuando en la teletienda dicen que ese
producto nos cambiará la vida no van muy desencaminados; si no es ese en
particular cualquier otro lo hará y seguramente a costa de otro. Cuando un
equipo de ingenieros diseña un coche en un edificio del oeste de Alemania están
influyendo en miles de personas de otro lugar del mundo que se encargarán de su
ensamblaje. O cuando a Jack Dorsey se le ocurrió Twitter supongo que no tendría
en mente que lo utilizarían miles de personas para quedar e intentar derrocar
un gobierno.
Pero la tecnología no sólo nos
cambian la vida haciéndolo más fácil en lo material, sino sobre todo en lo
psicológico. Cada vez lo que consumimos, ya sea tangible o intangible, se
caracteriza por la velocidad en la que podemos utilizarlos. La búsqueda de la eficiencia,
abanderada del capitalismo, se ha impuesto en nuestro modo de vivir, debemos
hacerlo todo optimizando tiempo y recursos y a la mayor velocidad posible. Es
la única manera posible de vivir, lo que prima es lo veloz, y sin profundizar
mucho en el tema, ya sea en forma de tweet, noticias del telediario en 4’, comida
de microondas, minijobs o contrataque de Cristiano Ronaldo. No hay tiempo para
el verdadero análisis filosófico-político de lo que acontece, no nos divierte
el juego calmado y mucho menos es posible encontrar un trabajo donde no haya
que maximizar beneficios. Todo se acelera.
Cara de la misma moneda del
capitalismo es la pereza, esa incapacidad para salir de la espiral de velocidad
y desinterés. Internet, la herramienta que ha posibilitado que miles de
personas se aprovechasen de las redes sociales para intentar un cambio
político, antes de eso ya había tomado los hábitos de millones de personas que
exigen la velocidad de su banda ancha en todo lo demás. Y claro, aun sabiendo
sobre la creciente pobreza y precariedad, millones de personas decidieron
quedarse en casa pese a apoyar las manifestaciones del 15M o las huelgas
generales; y para muchas que salieron las esperanzas se apagan lentamente consumidas por la cotidianidad. Demasiado acomodados para hacer la revolución y demasiado impotentes
ante la lentitud del cambio desde las instituciones, la sociedad parece correr cada vez más rápido para llegar primera a ninguna parte, está tan KO como satisfecha ante el rumbo que ha tomado la Historia. O nos
contagiamos de la rabia turca para seguir luego el camino latinoamericano o
seguiremos a la deriva hasta que algo caiga del cielo.
Pedro Pinilla Plaza
No hay comentarios:
Publicar un comentario