Langdon Winner

martes, 11 de junio de 2013

El mercado, la innovación y las marcas.

Hoy en día le economía marca el ritmo al que todos hemos de bailar, cuando se dice que algo se hace por el bien de la economía esto lo convierte en algo incontestable y se le imprime una necesidad igualable a la de un juicio puro a priori kantiano. Estamos inmersos en un sistema que está organizado de tal forma que prima más la economía que las personas.
La economía necesita que las personas seamos literalmente sumideros donde verter sus productos y agotar el stock para poder seguir fabricando productos que verter en esos sumideros que generan tantos beneficios económicos. Esto, en cuanto a las personas de clase media de los países desarrollados, porque el mercado necesita como expone Naomi Klein de personas que trabajen por cantidades absurdas, sin ningún tipo de derecho laboral, para poder producir muy barato y luego venderlo a un alto precio multiplicando así sus beneficios.

Los productos tienen sus condiciones de posibilidad, en la sociedad en la que se quiere comercializar. El problema real es que hacemos mucho en muy poco tiempo, hasta el punto de que cuando sale algo “nuevo”, ya hay algo aun más nuevo esperando en los almacenes, en este sentido solo podríamos hablar de lo ultimo frente a lo nuevo. Por eso no podemos hablar de una innovación real aplicada al mercado, ya que como este está en continuo movimiento (en sentido aristotélico) no hay una clara diferenciación entre el producto anterior y el “nuevo”, tal es el caso por ejemplo de la telefonía móvil, donde no hay un salto cualitativo claro que nos permita decir que un teléfono de nueva generación sea completamente nuevo con respecto al de la generación anterior.

Con esto no puedo evitar reflexionar acerca de si este mercado descarnado sería posible si no estuviera establecido en la sociedad en la que está. Es obvio que no, el mercado no ha aparecido sin más por arte de magia, sino que al igual que una planta ha sido regado con nuestro egoísmo, nuestras ansias de novedad y consumo sin fin.
Las marcas de las grandes compañías, además hacen una labor igualadora, es decir, frente a la apariencia de diversidad que muestran las diferentes marcas, nos encontramos que lo que realmente se da es un proceso de homogenización social. Convirtiendo los grandes centros comerciales, en pasarelas de moda donde ir a lucir las últimas adquisiciones hechas en los mismos centros comerciales mientras que se van a adquirir las “nuevas”.
Tomando ahora a Hegel como referencia y específicamente en relación a cuando nos habla del fin del arte, nos dice que el arte es desbancado de su trono por la ciencia y la economía, sacándolo del lugar central que ocupaba. Lo que parece suceder es que la economía no solo desbanca al arte de su posición central, sino que también expulsa a la filosofía y la religión, ocupando ella misma  el espíritu absoluto.
Por tanto al convertirse la economía en el espíritu absoluto y desbancar de la posición central a la religión, el arte y la filosofía, evita que tengamos pensamiento crítico sobre esta, construyendo un eterno presente de producción y consumo.
No hay novedad propiamente dicha, sino más bien que la novedad solo sobrevive por ligeros cambios superficiales creando un mundo de mascaras, juegos de luz y disfraces, que enmascaran que es siempre lo mismo.
Adrián Balaguer Calderón.


Bibliografía:
- ” Monserrat Galcerán Huguet y Mario Domínguez Sánchez.”Innovación, tecnología y sociedad de masas”.
- Theodor Adorno y Max Horkheimer : “Industria cultural”
-Fredric Jameson: “El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado”, Barcelona, Paidós, 1991.

-Naomi Klein: No logo “El poder de las marcas”.

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