LA PREGUNTA. ¿Bajo qué condiciones estaríamos
dispuestos a aceptar que algunos aspectos de la técnica han de ser regulados,
eliminados, o al menos evaluados periódicamente? Claramente, hemos de superar
el estadio de fe en el orden político-técnico vigente y situarnos en una
posición desde la cual seamos capaces de enjuiciar el modo en que los sucesivos
órdenes sociotécnicos resuelven las cuestiones tradicionalmente asignadas a la
filosofía política. Sólo así estaremos en condiciones de responder a la
pregunta formulada arriba de forma medianamente satisfactoria.
UNA RESPUESTA PARTICULAR. Podríamos responder, por
supuesto, algo así como que sólo nos interesa “ser ricos a la vez que evitamos
el riesgo de cáncer”. Pero, sin disponer de un argumento último capaz de
invalidar esta posición, me pregunto si se fundamenta, como propone Winner, en
“la responsabilidad de una sabia acción política”, en un conocimiento sólido de
las instituciones políticas, o en una cierta sensibilidad a las causas humanas.
Más bien parece ignorar todo esto, asentándose en un radical egoísmo. Esto es
perfectamente respetable, pero no encaja como solución política en tanto que actividad de las personas que gobiernan o
aspiran a regir los asuntos públicos. Es, más bien, una respuesta
particular, en tanto que propia y
privativa de una sola persona.
UNA RESPUESTA POLÍTICA. La pregunta inicial deriva,
finalmente, en esta otra de carácter más general: “¿Qué clase de sociedad
queremos construir?” En este punto, podemos quedar varados en la espiral de la
productividad, la eficiencia, el progreso económico, inmersos en un discurso
que versa en realidad sobre la eficacia técnica, o podemos saltar y situarnos
en la esfera del auténtico comportamiento político, cuya esencia para por la
búsqueda del bien común, la justicia, el diálogo, los derechos, el poder y su
distribución…
LA CONCIENCIA. Todo lo anterior queda subordinado en
última instancia, a mi entender, a lo que llamo habitualmente cuestión de la conciencia. Cierto es que
“en nuestra época, la tékhné finalmente se ha convertido en politéia”, como nos
muestra el autor. Pero ello no elimina la posibilidad de:
a)
Hacer acopio de
los auténticos elementos que constituyen la esencia del comportamiento
político.
b)
Dar un salto de conciencia hacia el exterior
del sistema en que estamos inmersos, para adquirir la perspectiva suficiente
(sin olvidar sacar con nosotros las herramientas políticas, y teniendo en
cuenta que este salto no es un salto mortal o prohibido, sino una de las más
puras formas en que la inteligencia del ser humano se manifiesta).
c)
Reconducir, como
si de un río se tratase, la orientación del orden social y político humano, en
base a la sabiduría que nos proporcionan esas herramientas y nuestra propia
inteligencia. Por ejemplo, podríamos demandar que “el conocimiento técnico
especializado y la ciudadanía democrática se encontraran cara a cara
regularmente”.
El autor hace referencia a estos puntos, creo, cuando
nos dice que “debemos tratar de imaginar y procurar construir regímenes
técnicos que sean compatibles con la libertad, la justicia social y otros fines
políticos clave”. Concluyo ya, no sin poner de relieve una vez más una de las
ideas clave del capítulo: si bien lo anterior puede representar una respuesta
aceptable, coincido en que no lo es el mostrar una fe ciega en que el sistema
sociotécnico venidero proveerá la solución a todos los males del sistema
vigente.
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