Langdon Winner

domingo, 28 de abril de 2013

Libre mercado, en mitad de la nada



Uno de los problemas más preocupante y menos señalado que el capitalismo de libre mercado en que vivimos ha traído es su tremenda habilidad para romper historias. Como señala Slavoj Zizek en En defensa de la intolerancia "continuamente nos vemos impelidos a tomar decisiones sobre cuestiones que incidirán fatalmente sobre nuestras vidas, y las tomamos sin disponer del conocimiento necesario". Frente a la aspiración de la "primera Ilustración" que buscaba una sociedad donde los individuos tomarán decisiones apoyadas en razones certeras gracias a un conocimiento de las cosas y sus relaciones, ahora nos topamos en una "segunda Ilustración", como la llama Ulrich Beck, donde nos vemos obligados a tomar decisiones sin tener un conocimiento completo en que basarlas. Por mucho que nos preocupemos en pensar el proyecto vital que queremos llevar a cabo, no podemos tener la más mínima idea de qué pasará en realidad, no tenemos posibilidad de saber qué giros radicales dará la maldita economía, cuál será la última ocurrencia del FMI para precarizar más aún a la mayoría, con qué bien básico empezarán a especular las pirañas. Y por supuesto aparece la culpabilidad, individuos angustiados porque no sabrán las consecuencias de sus acciones hasta que ya sea demasiado tarde. Es el ejemplo de quien viendo las enormes ganancias en el sector de la construcción empezó a estudiar arquitectura o obras públicas en España a principio de los 2000 y que ve que tras un esfuerzo económico e intelectual brutal sus sueños se desvanecen por culpa del estallido  de la burbuja inmobiliaria; por no hablar de quienes abandonaron los estudios secundarios para ir a trabajar de albañil cobrando 2000 euros al mes y que se hipotecó con un coche de gama media-alta. Sus sueños a la basura por la imposibilidad de calcular las consecuencias de sus acciones. 

Y no sólo es esta la capacidad para romper historias del marco socio-económico en que vivimos, este también rompe la historia de los objetos con que nos relacionamos. Y esta es una situación novedosa de nuestra época, hasta no hace mucho la mayoría de los objetos que se utilizaban tenían un origen bastante cercano al que iba a ser consumido o utilizado, y si bien no era cercano al menos sí que era una cadena bastante fácil de remontar. Ahora eso es imposible, ¿cómo saber que la camiseta que llevamos no fue fabricada en la fábrica que se ha derrumbado en Bangladesh? ¿o en la fábrica de enfrente donde sus trabajadores siguen siendo explotados? ¿En qué condiciones fueron producidas la verduras que hemos comido o de qué fábrica procede el filete de ternera? ¿Fue el libro que hemos leído impreso en aguas internacionales para no pagar impuestos? Es prácticamente imposible contestar a estas preguntas, vivimos en el mundo desregulado, tanto para la economía como para la mercancía, en el mundo de las subcontratas. Somos seres humanos incapaces de hilar el pasado y de imaginar el futuro, no tenemos a qué agarrarnos, pero mientras tanto el buen aspecto y buen olor del centro comercial nos regala la impunidad moral cuando pasamos la tarjeta de crédito. Estamos perdidos.


Pedro Pinilla Plaza

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