Langdon Winner

sábado, 11 de mayo de 2013

Hechos para la verdad y la justicia


Tras haber visto este documental (The inside job) producido en 2010 sobre la crisis financiera originada en USA –y en la que está inmersa la economía mundial– se podría hablar de muchos temas. La situación económica real, la incidencia de los intereses privados, las posibles medidas para salir lo más rápidamente, las compensaciones a ejecutivos, la baja estatura moral de la casta política y económica… y tantos otros temas. Yo querría sin embargo, hacer hincapié en algo que puede pasarse por alto con facilidad por ser demasiado inmediato o evidente, algo que percibí en mí mientras pasaban las imágenes ante mis ojos, y que intuyo que no soy el único. Mientras iba recibiendo toda esa información, algo en mi interior saltaba. Algo se rebelaba contra esa injusticia, contra esa falta de escrúpulos. Algo que me hacía pensar que eso que veía es intolerable desde cualquier punto de vista, que no cabe ningún tipo de excusa para actuar así, que esa actitud es condenable aquí, en Estados Unidos,  en la Patagonia o en Tombuctú.

Es como si nos hallásemos en posesión de un radar que pita ante la injusticia y la mentira y que en cierta manera nos dice "¡esa actitud no es humana!". No que no la lleven a cabo los hombres, sino que no es humana, que de algún modo va en contra de lo que somos, va contra nosotros. No en contra de nuestras creencias o de nuestro sistema de valores, sino en contra de lo que somos, de nuestra condición de hombres, de nuestra estructura original.

Esto es lo que parece salir a la luz con esta experiencia. Bajo todas las capas culturales que tantas veces en la vida cotidiana nos impermean ante cosas por el estilo, parece haber en el fondo un poso inextirpable que no nos deja olvidarnos de nuestra condición humana, que estamos hechos para ciertas cosas y no para otras. Y este poso no se conoce estudiando o pensando concienzudamente. Más bien uno se sorprende en acción (cuando se fija bien).

Ya se lo decía el sencillo trabajador Felipe Díaz Carrión a su hijo en la novela Ojos que no ven de J. Á. González Sainz: «¿sabes lo que te digo?, que tu padre será verdad que no sabe muchas cosas y que es todo lo pobretón y lo poca cosa que tú quieras, pero hay algo que sí que sabe y es esto: que unas cosas son justas en esta vida y otras son injustas; que unas cosas son atinadas y otras un completo desatino se mire por donde se mire; que unas, como en el campo, crecen sanas y da gusto verlas, y otras en cambio crecen esmirriadas o llenas de plagas por todos lados que parece como si las atrajeran, y que unas suelen traer aparejado el bien general y otras no acaban acarreando más que calamidades y atrocidades a todo el mundo. Que unas cosas son verdad, verdad de la buena, y otras nada más que puras monsergas y malas fantasmagorías (…) Las lindes entre unas y otras es verdad que, en ocasiones, más que enrevesados y correderos, pueden ser hasta escondidizos, como decía mi padre o decían que decía, que a veces parece que están en un sitio y otras en otro y muchas lo que parece es que no estén ni en uno ni en otro, pero cada cosa, como cada prado y cada huerta, por grande que sea, tiene al cabo indefectiblemente sus lindes y para cada cosa hay un límite».

Uno puede elaborar las teorías y sistemas que quiera, pero que el hombre primordialmente está hecho para la verdad y la justicia es un dato incontestable. Y digo primordialmente porque esto lo está en su posición más primera, originaria. Luego cada uno que haga lo que quiera, y si no quiere mirarlo pues que no lo mire. Pero no por no mirarlo dejará de estar.

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